ADIOS, JAIME
Te conocí apenas una semana, en un hospital donde compartías habitación con un familiar mío. Supimos poco de tu vida, únicamente lo que tú decidiste que conociéramos. Intimaste rápidamente con nosotros, y, pese a tu desgraciada circunstancia (amputación de un miembro inferior y parte de otro), te mostrabas filosófico en la mayoría de las largas horas que pasamos juntos. Otras, ¿quién no?, te derrumbabas en un llanto suave y silencioso. Pero siempre, con palabras de ánimo para los demás, tapabas ese dolor (físico y psíquico) que nosotros intuíamos. Jaime, con solo 36 años, y una vida azarosa: tu familia como que no existía. Estabas solo en ese hospital mallorquín, amparado por los constantes cuidados del personal que te vigilaba y mimaba siempre . Y hablabas y sonreías, tímidamente, con esa mirada triste pero a la vez ilusionada por un futuro inmediato: te tenían que llevar a otro hospital algo especializado, para hacerte largas sesiones de rehabilitación, y esperabas esas prótesis que te permitieran seguir caminando. Eras muy educado, muy atento y servicial, y, nos sorprendía tu entereza ante el dolor y la adversidad. Compañero de mi familiar, juntos sufríais las dolorosas curas, y, en complicidad, a veces, os dabais la mano para aguantar mejor la constante manipulación de vuestras carnes vivas.Jaime, eras vasco, pero llevabas mucho tiempo en Mallorca. No tenías ni familia aquí, ni amigos que te visitaban, apenas una llamada de una casera que, de vez en cuando, te comunicaba no poder guardarte más la habitación, que le urgía alquilar. No tenías nada, y eso nos dolía. La vida es demasiado injusta a veces, y, visto lo visto, tú menos que nadie te merecías ese sufrimiento.Una semana más tarde dieron el alta a mi familiar y nos despedimos de tí dándote números telefónicos para ser utilizados (nosotros pensamos tener relación contigo), y una despedida algo triste. Sonreíste y nos diste la mano, y un beso a mi familia, beso que te hizo asomar líquido en los ojos, esos ojos ávidos de afecto. Y allí te quedaste, con perspectivas duras, pero que tú decías asimilar y que te servirían, de ahora en adelante, de acicate para vivir la vida de otro modo, que sería un aprendizaje y que aceptabas el reto.Mi familiar te llamó en los días posteriores y os contasteis las diferentes evoluciones de vuestros males, unos más graves que otros, pero reafirmando esa recién nacida amistad.Te alegraba escuchar a Juan, te hacía reír, con ese humor gaditano que insuflaba ánimo y coraje.¡Buenas noches Jaime, que descanses!.-así te despidió.Ayer nos enteramos , en otra llamada al hospital que te habías ido...para siempre. Estupefactos y consternados digeríamos malamente la tristísima noticia que otro paciente nos daba: tu corazón falló, de pronto, y no pudieron hacerte quedar con nosotros. Te has ido de este mundo, Jaime, de 36 años, y con esa absurda premisa de una amputación que no ha servido para nada. Y te vas solo, como todos, pero quizá tú más, por esa familia que ni siquiera preguntaba por ti. Y tenemos miedo de que te entierren en algún lugar sin nombre, anónimo, triste, donde nadie te pueda ni siquiera visitar. Y eso no se puede consentir, por eso, esta tarde, querido Jaime, yo he querido escribir unas líneas (apresuradas pero sinceras), para hacerte un pequeño y modesto homenaje. Siempre te tendremos en nuestro corazón, en el de Juan, al que se le quitó el humor de pronto y en el mío,porque supimos apreciarte y valorarte desde el presente, sin conocer nada de tu pasado, pero sintiendo que tu bondad era auténticamente genuina.Jaime, querido amigo, descansa en paz, para siempre. Un beso, compañero.”